Abel Veiga, doctor y profesor de Derecho del Seguro y de Derecho Mercantil de la Universidad Pontificia Comillas

Como si intuyera lo que estaba por venir, Abel Veiga, doctor y profesor de Derecho del Seguro y de Derecho Mercantil de la Universidad Pontificia Comillas, envió a imprenta un libro sobre el impacto de las tecnologías digitales en el mercado asegurador justo antes de que la pandemia hiciera acto de presencia y obligara a pisar el acelerador de los procesos telemáticos. La última edición de los Premios Sociales de Fundación Mapfre ha reconocido la aportación de su último trabajo, ‘Seguro y tecnología. El impacto de la digitalización en el contrato del seguro’. 

En pocos meses la tirada de su último libro se ha agotado, así que lo primero es darle la enhorabuena por eso y por este X Premio Internacional de Seguros Julio Castelo Matrán. ¿A qué cree que se debe este ‘éxito instantáneo?

Muchísimas gracias. Quizás este libro llegó cuando tenía que llegar. Me encontraba en una librería universitaria en Nueva York y al ver lo que se estaba publicando pensé que era el momento. Es un libro que intenta abrazar el derecho y la tecnología; esta va a pasos agigantados por delante, el derecho por detrás y lo verdaderamente importante es tener la sensibilidad para proporcionar certezas desde un punto de vista jurídico-legal ante todos los retos, desafíos, ventajas y ‘amenazas’ -entre comillas-, que tiene lo tecnológico desde el mundo del seguro. Precisamente esta es una de las líneas de investigación que he seguido en los últimos 20 años. En otros países sí había algunos artículos doctrinales sobre la materia, pero en España y en español, muy poco.

Exactamente, ¿cuándo lo escribió?

Lo acabé de escribir en septiembre de 2019 y se publicó en mayo de 2020.

Se anticipó a la digitalización acelerada que vimos durante el confinamiento…

Es un marco imparable. Todo está cada vez más digitalizado, tanto si hablamos de lo personal y familiar como de lo social o empresarial. Lo que tenemos que conseguir es que sea útil, un aliado de la persona. Es importante que no se pierda el humanismo. Esto quiere decir que es la tecnología la que tiene que estar al servicio de la persona y la sociedad. Son avances y no hay por qué tenerles miedo. Desde que entregué el libro a la editorial, hay aspectos que ya están desfasados por todo lo que ha venido después, ese salto de una década que se dice que hemos dado en cuestiones tecnológicas en tan solo un año. Lo que no podemos es subordinarnos o negarnos a nosotros mismos frente al imperio de lo tecnológico y para eso el derecho es fundamental; para saber dónde están los límites y las libertades del ser humano que hay que respetar en todo momento.

De este último salto tecnológico, ¿quién ha salido más beneficiado?

Esta es una cuestión clave. Tiene beneficiar a todos. Quien más lo está experimentando es el sector asegurador en lo que se refiere a su propia gestión, a la capacidad de análisis y su actividad en general, pero también se está trasladando al riesgo que los asegurados ‘venden’ a través de las pólizas de seguro a esas entidades aseguradoras. Gracias a las nuevas tecnologías aquí hay una doble ventaja: por un lado, la gestión del negocio se simplifica, pero, por otro, también se están creando productos muy innovadores y muy apegados a la realidad, sobre todo la de los más jóvenes que es la generación que vive pendiente del móvil y es capaz de pedir determinado tipo de productos aseguradores en función de sus necesidades. Esto está revolucionando el diseño del producto. Hay también nuevos riesgos debido al uso de estas tecnologías, como los ciberriesgos, y todo esto hace que los conceptos de distribución y comercialización hayan cambiado. Asimismo, las nuevas tecnologías nos permiten medir y valorar los patrones de conducta. Por ejemplo, en seguros de vida: actividad deportiva, horas de sueño, biomarcadores y hasta cómo conducimos. Y eso a efectos de valorar el riesgo de sufrir enfermedades genera una serie de propensiones y probabilidades. Al mismo tiempo, esto lleva a que el asegurado actúe siempre de buena fe; antes tú declarabas una serie de riesgos en un cuestionario y nunca más lo hacías. Ahora la aseguradora puede saber si una persona se está exponiendo más a un determinado riesgo y si hay que tarificar una sobreprima o decidir si hay que excluir a alguien. Eso es positivo para el asegurado también porque si se miden bien los riesgos, incluso se pueden abaratar las pólizas al ser más ajustadas a la realidad. Por lo tanto, todo este avance es muy positivo, tanto para la industria aseguradora como para nosotros, los asegurados.

Además, la experiencia del usuario y su satisfacción con el seguro puede ser mayor al sentir que se adapta más a sus circunstancias…

Sí, porque es más personalizado, más ajustado a sus necesidades concretas e incluso con una mayor sensación de que él controla el producto, que es útil y eficiente… En definitiva, que el dinero que ha pagado merece la pena.

Transparencia y capacidad de adaptación

Una queja clásica es que el seguro es un producto complejo que a veces es difícil de entender. ¿Ha mejorado eso la tecnología?

Esta es otra pregunta esencial. Si no favorecemos esa transparencia y esa capacidad de adaptación del producto a las necesidades reales del asegurado, entonces no servirá para nada, ni será apreciada como la gran ventaja que supone. Una de las cuestiones que trae la digitalización es que hay una generación joven que está muy informada y que tiene la posibilidad de saber lo que verdaderamente necesita y eso es lo puede exigir a las entidades aseguradoras. De hecho, ya hay plataformas peer to peer (entre pares) que se mutualizan para diseñar su propio producto. Pero usted ha apuntado algo fundamental que es la litigiosidad del contrato de seguro debido a que las cláusulas pueden no ser claras. Todavía seguimos haciendo las cosas regular y hay un doble problema: tan peligroso es el exceso de información como el defecto de información. Las pólizas no terminan de ser suficientemente claras y transparentes para los clientes que no tengan un cierto nivel cultural y especialmente para los que ahora se denominan consumidores vulnerables como las personas mayores o con determinadas discapacidades. Cuestiones culturales o de raza pueden actuar como factores distorsionantes que lo digital tiene que erradicar o minimizar para que haya una equidad social en los contratos de seguro y cumplan su función social.

¿Cuáles son las mejores prácticas en este campo?

Hay que hacer mucha información financiera para que el cliente tenga esa consciencia de que el seguro es útil, que a veces es necesario, a veces obligatorio y que tenga sobre todo la confianza de que lo que está pagando y contratando se ajusta a las necesidades que él tiene, que no es otra cosa que los riesgos a los que se expone. Con toda esa digitalización a la que me he referido, eso se puede conseguir, pero va a exigir una buena fe por las dos partes. Al mismo tiempo, lo digital va a tener una importancia vital en la rapidez de la tramitación, la gestión y pago de los siniestros. Si eso se consigue, lo que se capta también es una fidelidad muy importante por parte de los clientes. Porque ven que todo ese análisis de datos y valoración algorítmica está a su servicio y ayuda a que se haga justicia cuando se produce un siniestro.

«El gran enemigo del seguro es la ambigüedad»

Esta transición también tiene sus riesgos, ¿no?

Sin duda, lo digital fracasaría si no hay transparencia y claridad en la parte documental, es decir que las partes sepan cuáles son sus derechos y obligaciones. El talón de Aquiles sigue siendo siempre la delimitación del riesgo y cuándo, cómo, por qué y hasta dónde está cubierto. Sobre eso no puede haber ninguna ambigüedad ni oscuridad. En este proceso, el gran enemigo del seguro es la ambigüedad.

El asegurado quiere tener certezas, saber que, si contrata digitalmente o a través de un smart contract –que no es un contrato sino una autoejecución, son órdenes-, se va a resolver inmediatamente el seguro. Aquí tenemos ese ejemplo tan manido de que si compramos un billete de avión y hay un retraso se puede saber en el mismo momento y en 10 minutos recibir una indemnización. Eso ya se está haciendo o los seguros paramétricos en el caso de riesgos agrarios que registran y calculan los daños que se producen porque existe una monitorización constante.

El asegurado quiere tener certezas, saber que, si contrata digitalmente o a través de un smart contract, se va a resolver inmediatamente el seguro.

¿Y en España se están aplicando ya todas estas innovaciones?

Falta un empuje muy fuerte de certezas, también en torno al sobre el smart contract. Hay un debate sobre si es un contrato o no; no lo es, es una ejecución de órdenes binarias: si se produce A y B, la consecuencia es C, por ejemplo. Pero no podemos perder de vista que el centro del seguro es la persona. Y muchas veces un algoritmo no puede medir la buena o mala fe de la misma forma que una persona; o la culpa laxa o grave ante un dolo. Eso a veces requiere un matiz de una dimensión subjetiva. Estamos en el principio de esta gran revolución y todavía no sabemos adónde nos puede llevar.

¿Cuál es la RC de un robot?

Se parece al dilema moral que plantea la conducción autónoma…

Por eso es importante no perder la dimensión subjetiva y de la persona. Igual que un coche autónomo puede tener que llegar a decidir, en base a su programación, entre atropellar a una persona mayor o a un niño; salvo que sea la propia máquina la que replique comportamientos y decida por sí misma. Esto abre un nuevo paradigma que el derecho tiene que clarificar porque hay que determinar de quién es la responsabilidad civil (RC). En el libro me pregunto precisamente cuál es la RC de un robot y quién responde y con qué patrimonio: ¿el programador, usuario, el fabricante? Al mismo tiempo, vemos que hay robots sanitarios como el Da Vinci que son un éxito rotundo.

En cuanto a esa RC por daños atribuibles a un algoritmo, ¿existe en estos momentos alguna regulación?

La Unión Europea ha trabajado ya un reglamento e incluso quiere crear una especie de DNI electrónico de los robots; se habla incluso de generar una nueva RC de los robots porque si no, con qué responde si se produce un accidente que ocasiona daños materiales o personales. Estamos construyendo ese nuevo marco jurídico y de nuevo es vital hacerlo sin perder de vista a la persona y siempre al servicio del ciudadano.

Enlazando de nuevo con el éxito de su último libro, ¿están las aseguradoras demandando asesoramiento sobre estos procesos de digitalización?

No de una forma tan directa, pero en la universidad en la que soy decano, la Cátedra Uría Menéndez ICADE dedica su III Congreso Internacional de Derecho del Seguro a la IA con casi 30 ponentes. Hay dos ponentes que han hablado precisamente de IA y transparencia contractual, y otro sobre IA y los daños ocasionados por robots. Posteriormente, editaremos un libro con las conclusiones.

Fuente: INESE